martes, 5 de agosto de 2008

Serpentino

Hastío de los propios huesos
con los dolores en las falanges calientes
que duelen la misma alma misma:
que se duelen.
Todo en mí es un descolorido duelo.

Ahora, entrochocándome
con los bailarines robotos
que aburren sus años,
que descoloran a su vez sus caras,
que apagan cualquier música
con sus propios chirríos,
que se mueren de pie todos los días
y se acorbatan día por medio
y que no se refrescan ni por las noches
en sus inmerecidas inmersiones de sueño
de las que vuelven secos,
pegajosos,
sin los ojos revueltos,
aún del todo impuros.

Entonces
adónde ir esquimal y perecer
desnudo, bañado en grasa animal
y soplando cuernos de gran trueno
que despierten días aún no nacidos;
adónde pisotear lejanas tierras rojas
y rugir el pecho entero;
adónde sudar hasta extenuar el quejido mismo
que, al salir estallando,
empuja con él óxidos y legañas,
clandestinos sulfuros
y cadáveres.

Porque ahí
las muletas quedarán disueltas
destinadas a oscuros rituales
de la tierra, entonces
nada sería "no"; la sequía
en su palacio de esqueleto
sería desafiada por la saliva
que tierna brota caliente
- tibia, mejor dicho, agradable
sin enfriarse nunca.

Es eso,
esa saliva
que implica corazón, regazo,
madre, ubre, salvia,
beso,

que nos envuelve una vez más
por suerte,
que nos pasea por espacios de espuma madre,
que nos explica la manera de estirarnos
niño adentro hasta más allá del horizonte
sin llegar nunca a puerto,

y a la vez hacia afuera,
rozando esos muros exteriores
de caras ripias con su mueca de finprincipio,
hasta abarcarlo todo:
con nuestros ojos y con los espacios
dentro de los ojos
que también miran y respiran
y exhalan cosmo,

y con las paredes
de detrás de los ojos, y lo mismo
ocurre con el tacto que ahora es una piel
en intrépida elongación perfecta
siempre dispuesta a acariciar cada cosa,
acariciarse, hasta suspirar y desfallecer
fruto de un primoridial gozo;

y otro tanto ocurre con el oído
dentro del cual
retrovibra serpentino
el nervio de la danza
que contagia su calma sempiterna
de caverna ciega donde suaves bañistas
se internan intemporales en las ollas
oscuras y nútridas
de agua que emana con dulce arrullo,
con voz de simple labio
y la mirada vidriosa de humo.
mz